El Ruso “está en una” y en la mejor, ocupando un bache etario o alimentando a las fieras que no van al café instantáneo de los feats, pero a la vez esta obra conceptual citadina es un puñado de hits o singles con vida propia.
El segundo álbum de Conociendo Rusia huele a pizzería, a after hours y destila prosa ermitaña de insomnes guitarreos nocturnos con LaCuerda.net como madrina. Dejando de lado el aleatorio de las plataformas, alguien pide acongojado la cuenta en un bar a metros de Av. Cabildo, en una balada melancólica, casi para el sollozo en soledad por un fracaso en el amor. Es que las frases como latiguillos simples y para un estado de WhatsApp abundan con certeza en el mundo compositivo del Ruso desde el principio: “mientras yo me aburro en el avión vos subiendo fotos en una limusina”, dice en el track nº1. Se crió en Belgrano y sus experiencias en esa ochava con la que bautizó al disco lo convierten más aún en algo bastante autorreferencial.
El proyecto solista de Mateo Sujatovich ya tiene peso de banda que se transformó rápidamente, con su primer material, en un escudero de la canción con la creación nuevamente de melodías adhesivas como “Quiero que me llames” (el primer corte), revalorizando y cobijando al pop entre sus acordes, sonando por momentos a lo big band que se luce con cierta armonía artística en los puentes y en los estribillos de las canciones. Nico Cotton, otro joven referente de la escena actual, fue el productor encargado de este conjunto de hitazos parejos y Leo Sujatovich (su padre; que trabajó con Luis Alberto Spinetta) se ocupó de los prolijos arreglos de cuerdas.
De karaoke para la ducha o resucitando la vieja radio en el patio, dejándose llevar por el misterio de no saber qué vas a escuchar, los versos impregnan una líbido romántica para este artista sub 30 que quiere hacerse invisible y practicar karate solo en su habitación (“Puede ser”) y que, por supuesto, nadie se de cuenta. De a poco se mete en la gesta de himnos generacionales con el homenaje rocker “30 años” pero su lírica auténtica y muy contemporánea aparece además en “En todos los lugares”, en una tarde gris, en un concierto en un pub, en una mañana de trámites en el banco. “Te vi subir, te vi bajar, me gustan todos los lugares”, cuenta en uno de sus versos. “Quiero otra oportunidad, algo que nos haga flashear” canta sincrónico en la balada “Otra oportunidad”. Casi que recita en una folk “Luces de neón”. Como si la noche y el día fuesen una misma cosa.
Y sí, hay algo vintage en todo esto, un apego a las camisetas de fútbol de piqué, la ropa estrambótica y colorida de los ’90 y por supuesto: sus canciones inolvidables que sonaban en artefactos que funcionaban a pila. Aunque las referencias son tantísimas (¿Los Rodríguez? ¿GIT? ¿Fito? ¿John Mayer? ¿Mac DeMarco?) y tan excéntricas al mismo tiempo que no vale la pena meterse en líos con esa contradicción propia de la búsqueda por lo simple y original, en esta época.
Mateo cambió el jogging y la casaca de Atlanta por el pantalón con pinzas, la camisa de seda y el saco beige pero sigue representando al circuito indie, valorizándolo. Y ahí está, parado en una esquina haciendo una seña en la que quizá sea una de las portadas más célebres de la última década.
Tanto “Cosas para decirte” (la más larga, dura casi seis minutos) como “Montaña infinita” cargan una melancolía propia de errática serenata madrugadora, con una creación prolífica envidiable. Para nada perezoso, Conociendo Rusia sacó un disco en 2018 y en 2019 este “Cabildo y Juramento” que es celebrado, fresco y equilibrado en todo sentido con una buena medida de nostalgia y para dedicárselo íntegro a tu chique en la emisora o por un dm, a través alguna red social.
