Farolitos se reencontró con su masivo público en La Sala de las Artes

El pueblo farolero se volvió a auto-convocar en gran volumen y colmó con su presencia la noche del domingo 17 de noviembre, vísperas de feriado, para ver a la gran banda rosarina de los barrios que mostró un show clásico y arrollador en la ochava de Suipacha y Güemes.

Farolitos viajó simbólicamente en el tiempo y recordó aquellas añoradas épocas de Willie Dixon, ya que fueron los encargados de inaugurarlo allá en 2004 (cuando se conocía como La Casa de Pappo) y testigos de su cierre en 2014, junto a uno de sus referentes musicales: Gardelitos. Un puñado de historia para el grupo distinguido por el Concejo rosarino a fines de 2016, aunque ahora la cosa iba por otro lado, y tras haber tocado por última vez en julio (en Arroyo Seco) después de telonear a La 25 en Vorterix, todo estaba presto para una noche inolvidable en Pichincha.


La revitalización camaleónica que demuestra permanentemente la impronta de La Sala de las Artes tuvo otro episodio que enorgulleció a la ciudad con un show de tal magnitud que comenzó a disfrutarse cuando “Nuestro”, una de las dos nuevas canciones faroleras, abrió la furiosa lista. Pese a ser un reciente estreno en plataformas nadie se privó de cantarlo y mucho menos si todo se iba a detonar enseguida con “Alitas de puloil”, “Argentino”, “Caballos de batallas” y “La cruz”, canciones de sus dos sensacionales primeros discos (“En esta parte de la tierra” de 2007 y “Las voces del sótano de 2010”). La ovación fue instantánea luego de ese principio insuperable.


Era tarea difícil mantener ese ritmo toda la noche en la calurosa y húmeda jornada del domingo 17 y además Marcos Migoni (voz) soltaba un “Viva Bolivia libre”. Con “Desvelados” y “Milonga cabrera” aflojaron un poquito esa faena poguera del comienzo que se convirtió en disfrute cancionero y emotivo con “La república de los niños” y la bellísima versión de “Oración del remanso”, de Jorge Fandermole. Las banderas no paraban de flamear mientras los nueve (por momentos diez) farolistas sobre el escenario le ponían más arrabal a la noche con “Un farolito”.


Si bien ya era 18, todavía quedaban resabios del Día del Militante. Hubo cánticos que celebraban el triunfo de Alberto Fernández y estandartes de los pueblos y los barrios. “Esta banda ya es de usted” reza “Compañero” que llegó con “La hormiga” y “En esta parte de la tierra” para cobijar una prolija sesión acústica con Migoni y la coreuta Huahui Basualdo, ya como miembro estable del renovado y talentoso staff farolero que también está compuesto por Matías Belmonte (Perro Suizo), un auténtico showman del saxofón.


Entre chamamés de peña y una versión de “Yo vengo a ofrecer mi corazón” todavía quedaba bastante. Farolitos siempre tuvo la capacidad de apropiarse y reinventar grandes composiciones. También hubo un breve recorrido por la obra de Victor Jara y León Gieco. Inevitable fue hablar un poco de la realidad Chile y tocar otro estreno: “Épica” para darle la bienvenida a “En el club de la mistonga”. “Todos están de la poronga, en el club de la mistonga”. Sí, así. Tal cual. “Todo el barrio meta y ponga”.


Farolitos fue cerrando (por llamarlo de alguna manera) con otro clásico como “La fiesta” de Joan Manuel Serrat, “Escasas horas” y el hit inoxidable en clave de versión fiestera que es “Indio”. Marcos reapareció con una casaca argentina con la 10 y la gracia de la banda que lidera, en sus espaldas. “Conciencia” y “Melodía de barro” aportaron más ímpetu de mover la patita. “Ir yirando con una canción ¡Viva el rocanrol que nos juntó!” como frase de bandera y cabecera para esta sublime banda rosarina de cuarentones que todavía le inculca la pasión por el arte a les pibes.


Seguramente por convicciones y lobby político Farolitos sigue siendo una banda de la que prescinden erróneamente en los festivales que se llevan a cabo en la ciudad. Asimismo fue el propio Migoni quien le dedicó unas breves palabras a esta indiferencia de los productores locales para convocarlos. Poco importa porque la química con su gente se mantiene intacta. Con “Vengar la libertad” saludaron hasta 2020.


El cancionero farolista está repleto de referencias latinoamericanistas que no solamente tienen que ver con la música y sostiene avivada a la llama de lo que ha sido el rock de estadios. El grupo no se lleva por modas y sus shows se convierten en auténticos ritos. Es notorio que el contexto artístico renovado de sus nuevas canciones nutre un cambio de sonidos o tal vez una reivindicación de la obra de esta banda que casi lleva dos décadas educando y divirtiendo con sus acordes.




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