Fito y un antídoto sonoro para combatir el hastío del aislamiento social

Páez ya es una leyenda para la música hispana y también forma parte de un grupo de artistas clave para una de las compañías discográficas más prestigiosas del mundo, aunque se puede presumir tranquilamente que esos gigantes del sonido todavía subsisten y se revitalizan por creadores como él que siguen invirtiendo tiempo y grandes sumas de dinero en arte, en la actualidad publicando material bajo el formato del antiguo long play. Entretanto resulta esperanzador encontrar almas que se ubiquen por más de 40 minutos solamente a escuchar y la fecha de lanzamiento (que coincidió con los 57 de Rodolfo) tuvo, sin querer, muchísimo que ver con el relax, por eso mientras desinfectaban sus casas en cuarentena por el brote mundial de coronavirus, y desde cualquier plataforma, los oyentes pulsaron play a cada una de estas nueve canciones de La conquista del espacio. 



Si bien hay feats, y como reza uno de los versos de la canción homónima (“Entre los artistas no se encuentra el enemigo”), el álbum intenta la heroica convocando a colegas no tan contemporáneos como Lali y logrando una curiosa complicidad en la co-autoría de un track junto al malafamero Hernán Coronel. También están Juanes, María Campos, Ca7riel, Fran Saglietti (Francisca y Les Exploradores), el tecladista de Mala Fama Nacho Godoy y tal vez uno de sus discípulos ochenteros: el ruso Mateo Sujatovich (Conociendo Rusia). El staff actual de Páez reincorporó al bajista de “El amor después del amor”, Guillermo Vadalá y sumó más reputación en esta cinta con el californiano Abraham Laboriel Jr., baterista de Paul McCartney y Sting. Con Macca casi en el inconsciente Fito (foto: Sony Music) compuso “Resucitar”, el único adelanto del disco, que contó con la colaboración de su inseparable Diego Olivero y se grabó, como el resto de los cortes, en tres estudios norteamericanos: Capitol de Hollywood, Ocean Way Nashville (Nashville, Tennessee) e Igloo Music de Burbank. 


El buen equipo de trabajo que tuvo el músico se completó con Juan Absatz y el joven talentoso guitarrista Juani Agüero. Mientras tanto, Páez y Olivero coordinaron el tridente productivo junto a Gustavo Borner, ganador de más de una decena de Premios Grammys. Hablar de Fito y de galardones es quizás una perogrullada porque en esos diversos libertarios universos audibles suyos no hay que dejar de citar que para arrancar este disco le metió mano a los arreglos de cuerdas de la Nashville Music Scoring Orchestra, junto a Ezequiel Silverstein, una especie de introducción cinematográfica al mejor estilo “Circo Beat” y con invitados de lujo que aportaron sus voces a la causa. “Sabemos encender una hoguera con una guitarra” se expresa desde la homónima nº 1 de la lista, para esta actualidad de un Fito más rockero como se lo pudo apreciar en el Festival Buena Vibra del Hipódromo de Palermo porteño, en febrero de 2020. 


Después del inconfundible sonido del Wurlitzer y la beatlesca atmósfera de “Resucitar” llega el relax a lo “A rodar mi vida” pese a que la letra se nutre de las imágenes del hambre, la pobreza y la inseguridad. Allí es donde Páez acumula frases que más o menos acomoda en “Las cosas que me hacen bien”. El theremin le da un toque más épico a la joya del disco: la acústica “La canción de las bestias”, una memorable página del músico a la altura de sus más maravillosas composiciones. Con la joven ídola del pop teen Lali no hay una palpable química (aunque ya había existido una colaboración en vivo) pero “Gente en la calle” es un feat. radiable para descomprimir, no obstante, y de la misma manera que “Las cosas…”, sus versos no desestiman lo duro que ser un homeless cuando impera el egoísmo en la sociedad. Ya con Hernán Coronel como co-equiper el acuerdo es otro y “Ey you!”, también con esa impronta de conciencia social que lo atraviesa al rosarino, surgen varios de esos latiguillos instagrameros marca registrada del cumbiero en una canción que según Fito tuvo la intención del propio malafamero de abordar a “los tipos que les pegan a las minas”. “(Andrea) Le puso un rodillazo en las pelotas y se rajó / Tomás mucha falopa pelotudo / Y yo no soy una cualquiera” dice un Fito Páez más aliade que nunca, nuevamente en clave de rock de big band y con los poderosos coros de Flor Villagra, describiendo otra de esas historias almodovarianas (“Nadie es de nadie”) que nunca pueden faltar en su álbumes, con lenguaje inclusivo entre sus líneas. 


La inmensa influencia de la literatura en general que tiene el nacido en el ’63 se entremezcla con el piano a lo Elton Jhon de “Maelström”, una canción que según el propio Páez “viene de un cuento de Edgard Allan Poe, relacionado con una tormenta que se da en los fiordos de Noruega”. A modo de despedida “Todo se olvida” es una balada de medio tiempo que se redime por sí sola. “Amor es el mejor sentimiento / Amor es la palabra perfecta / Amar es sagrado / Amar es lo único que te dará libertad” parece parafrasearse Rodolfo mientras se despide con palabras de cierta reminiscencia tanguera (“El Monumento a la Bandera vuela hacia la inmensidad / Las luces de mi barrio son las luces de mi vida”), recuperando ese olvidado guiño de track escondido cuando allá por el minuto 4.20 de la última suena una máquina de escribir y La conquista del espacio, despacio y de fondo, como saludando a los c créditos de una película. 


La presentación en vivo de La conquista del espacio pudo haber sido un legendario recuerdo del viernes 13 de marzo de 2020, el día del cumpleaños de Fito, en el Hipódromo de su ciudad natal pero el fuckin’ COVID-19 así no lo permitió. Él fue uno de los primeros que suspendió concierto en la previa de la cuarentena, un confinamiento obligatorio y que debería ser consciente. Pero tranquilos que Rosario siempre estuvo cerca y no hay nada peor melancolía que morir en este mundo y de vivir sin una estúpida razón. En estos casos, las canciones de Rodolfo ayudan y mucho.


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