Piti Fernández modo solista volvió a Rosario con un homenaje al rock nacional y una sorpresa sobre el final de la noche

El cantante de Las Pastillas del Abuelo regresó a la ciudad en la que en 2017 presentó su álbum “Conmigo mismo”, en este caso para tocar en la esquina de Ovidio Lagos y Güemes, en el Centro Cultural de Pichincha que fue testigo sensorial de un vagón de clásicos del rock vernáculo y una perla pastillera para despedirse con todo.





Juan Germán ya había mostrado lo suyo en solo por estos lares, en su periplo allá en septiembre de 2017, cuando trajo las canciones de “Conmigo mismo” a la Fundación Astengo. A casi cuatro años de aquella velada en el centro rosarino, dada en formato banda, ahora la cosa fue diferente: dos guitarras y un cajón peruano le bastaron al talentoso músico para desandar un variopinto repertorio argento para una jornada dominical que tuvo una propuesta más que atinada.


Lejos de las luminarias pastilleras, Piti Fernández (foto: @mpinkph) sigue apostando a esto de tocar (no tan) solo por los bares. En el Güemes se ubicó a la izquierda del público y a la derecha de su excelso guitarrista Martín “Tincho” Morales para pasadas las 20.30 abrir con “Imágenes paganas” de Virus, presagio de tradición local que continuó con un medley de “Quién se ha tomado todo el vino”, de la Mona Giménez, y “La crudita”, de sus colegas de Kapanga.


Piti, con un sombrero de cowboy y su inseparable vaso fernetero, permaneció en ese entorno folk y antes dio la primera muestra de su proyecto solista con “Conmigo mismo”, para que irrumpa en escena el cajón peruano de Mauro Ambusta. Tres músicos muy pero muy ensamblados en el escenario del Güemes continuaron alternando covers y canciones de Fernández. Sonaron “Le tengo miedo al silencio”, un poco de armónica, y “Juntos a la par”, del Carpo, para otorgarle al show ya un clima de fogón amiguero.


Llegó la bella “Esperándome” y después “Gualicho” de Los Redondos. ¿Para qué escatimar? Más de lo suyo solitario con “En cuero y en patas” (en la que le tiró algunos tiros a la pandemia) y “Contame”, mechando con otros clásicos como “En la ciudad de la furia”, de Soda, y “No tan distintos (1989)”, de Sumo. “Gracias Luca por haber existido”, dijo el barbado mientras pedía que le sirvan otro fernet.





El público a esa altura se tenía que atornillar a la banqueta para no ir a cantar a los gritos con el Piti esos temazos de acá, en un momento en que pareciera no valorarse demasiado la historia. “Rezo por vos” (Spinetta-García), “La balada del diablo y la muerte” (La Renga) y su versión de “La doctora II”, de Las Pastillas del Abuelo, para darle paso a “Shine”, de Las Pelotas y “El 38”, de Divididos.


Un concierto austero y sobrio, pero de una calidad musical majestuosa. Hasta voló una cuerda por ahí y no podría ser de otra manera porque el terreno se fue acomodando para la perla de la noche que sin lugar a dudas fue la mítica “El sensei”, y luego un final bien rosarino con “La pachanga”, de Vilma Palma e Vampiros.


Si bien la fecha del 28 de marzo en el Centro Cultural Güemes se había anunciado como un reconocimiento acústico del artista al rock nacional, a priori no era de imaginar que se convertiría en una célebre faena en muchos sentidos. Alejado de las marquesinas pastilleras, en este proyecto que estaba medio guardado en un cajón Piti Fernández es un Johnny Cash, un Tom Waits, un Ricardo Iorio, un Horacio Guarany. Logró configurarse perfectamente para que su carrera no vaya por el lado de “ey toca el Piti de Las Pastillas”. Salud Juan Germán, hacete otro fernet y que no se apague nunca la llama del rock nacional.






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